redactorjosé lópez



jueves, 15 de abril de 2010

Cachito

Lo recuerdo y cuando más lo pienso me parece que de verdad fue un cuento. Aquél día el rengo apareció por el baldío tan malo, que llevarle la contra hubiera sido un suicidio. Para Cacho, para Deja que te contemos y vas a entender. ¡No querido, no, te parece bueno que desarmen el equipo, deja de joder! Tranquilizate Cachito, vos sabes que para nosotros sos el mejor, pero Don Lili dijo que no hay vuelta de hoja, que el arquero será el Mario, qué quieres que hagamos. Torito intentó apaciguarlo. ¡Pero anda pichón de loro, si saben que nadie ataja como yo, decían que parecía un mono cuando me tiraba para aquí o para allá, yo salvé lo que nadie salvó y ahora me vienen con esto!. Es cierto Cacho, pero al viejo le dijeron en la Liga que no podrás jugar y ni te pueden inscribir.


Ah claro, qué fácil es ahora cuando aparecen los resucitados, justo ahora que tendremos camisetas con número en la espalda, todo como en una primera, vamos a decirle al Copello ese que si no jugamos todos el cuadrito se va a la mierda.


El rengo largó toda su rabia de un tirón casi sin respirar y recibió la noticia de la reunión en la rinconada donde se jugaban los “oficiales” del barrio, cerca de la chancleta, como llamaban entonces peyorativamente a la escuelita de calle Aristóbulo del Valle y Sarmiento, por su condición humilde, inserta en una comunidad obrera. Pero no traigan el bolo eh, porque sino de hablar las pelotas, ¿estamos?, dijo uno de los pibes dándose ínfulas de dirigente.


Fue un viernes al atardecer, rato después de que los “craques” del potrero salieran de la escuela y largaran los útiles en cualquier parte de la casa, ante la bronca puntual de cada madre, cosa que el tiempo no cambia. Unos tomaron un poco de leche o mate cocido con pan a las apuradas. La reunión es importante, dijeron entusiasmados, ¡ya volvemos mamá, estamos en el campito con los chicos! Corriente era hermano menor del rengo y venía con la pera embadurnada con dulce de zapallo hecho por su madre, y Cordero, de los nervios, tragó casi entero el alfajor que le había sobrado de la venta de Doña Magdalena. Dicha señora tenía un almacén y despacho de bebidas que mantenía su espíritu antiguo de veredas de ladrillo y ventanas coloniales de rejas altas, donde el barrio aún era calles de tierra y un puñado de casas modestas. De conocida generosidad, esta mujer protegió a muchos niños que sin ser suyos crecieron de su mano, y ellos, le devolvían este cariño vendiendo sus golosinas por el centro del pueblo, de cajoncito al cuello, vestidos con el delantal blanco de la escuela según el turno que tenían, mañana o tarde. Todos estuvieron en el baldío, y como llegaron antes que los tipos, se sentaron en círculo, como un consejo de caciques indios en una de cowboys. Había que esperar a Don Lili y a Pili, el bolichero de la ruta, ya que entre los dos aclararían el asunto de la Liga de clubes y su deseo de inscribirlos para dar forma institucional al cuadrito. ¡Dele, que vengan así después pateamos!, decían los carasucias quitándole presión a su curiosidad. Para suavizar la espera aprontaron chistes y cuentos de misterio aunque no hicieron falta; los señores llegaron con la puntualidad respetuosa de aquella época. Los chicos se pusieron de pie sacudiéndose la tierra del fundillo de los cortos. Unos estaban en patas “porque el calzado bueno se cuidaba para la escuela”, otros con alpargatas negras. Algunas lucían flecos y era raro, ya que los papis de antes, para que éstas duraran un poco más, le recortaban el yute que sobraba. Los dedos gordos parecían espías asomando por la punta descosida de aquella zapatilla económica sufrida de tanto uñazo a la redonda de tientos que traía Fulco, pequeña pelota número dos de cuero que cuando se mojaba se ponía más dura que una piedra. En ocasiones las alpargatas eran cosidas con hilo de algodón o del choricero, caro pero el mejor, que nadie tenía para sus barriletes de papel de diario y engrudo. ¿Don Lili, vamos a tener botines y todo, con camiseta, pantaloncito y medias?, estiró un quiscudo alisando sus chuzas rebeldes. Todo a su tiempo, pibe, todo a su tiempo. Pero primero es lo primero. Acá tenemos un problema que solucionar, sino no podremos formar nada, dijo Copello. Después fue Don Alberto que con mucho tino llamó al renguito. Ven Cacho, dijo, y éste se acercó al bolichero con recelo porque él era el meollo de la cuestión. Hubo un silencio espeso, como un vapor invisible que se podía tocar. Escucha lo que te digo, dijo uno de los mayores mirando a su compañero, porque no era fácil el tema con Cachito. Hubo segundos interminables hasta que uno de ellos continuó: Sabes que todos te queremos pibe, y también que sos un gran atajador, de los que hay pocos, y que tendrías que seguir como arquero en el equipo. ¡Y claro que sí Don!, ¿por qué no voy a poder seguir?, estiró Cachito pispeando que algo se venía para engordar su pena que repartió a su alrededor entre lágrimas que no aguantó más. En este punto, el bolichero Vernazza volvió a mirar a su amigo Copello y ambos apretaron la garganta para pasar un trago duro, y aquél siguió hablando. Sucede Cachito, que los reglamentos son los reglamentos m’hijito, y vos en los arcos de una cancha de once y once no puedes jugar. ¿Pero por qué Don, si soy como un mono?, mire, mire y diga quién pega estas vueltas en el aire, mire, mire Don, mire! Y Cacho rebotó una y otra vez dando saltos aparatosos, demostrando su habilidad, su cuerpo que parecía de goma y maravillaba a todos por las acrobacias. Pero su sentimiento se pintó con el rojizo del sol que pareció esconderse para no presenciar tanto dolor. Los pibes aflojaron las lágrimas y los hombres que estaban ahí tratando de fundar un club, lo abrazaron al renguito apretándolo muy fuerte y con voz quebrada le dijeron: El travesaño Cachito, el travesaño y tus piernitas. Dios te quiso así, pero él no es malo, son las cartas del destino, tus piernitas querido, vos no podés jugar erguido. ¡Pero la pucha Don, se las hubiera dado a otro a estas piernas así, Don, se las hubiera dado a otro qué diablo, por qué a mí! Cuando seas grande vas a entender querido, vos, arriba no llegarías en una volada. ¿Cómo podrías alcanzar un tiro al ángulo?. Pero no vas quedar afuera, vos podrías ser el aguatero, y entrar con el equipo al campo de juego. El ofrecimiento que pretendió remediar con un sin fin de palabras rebuscadas la dureza del momento, quedó en el aire, con un suspenso eterno, mezclado a la angustia de la escena. Pero de pronto, el rengo abrió su boca grande como una sonrisa del universo, que le movió con gracia el lunar que tenía en la mejilla iluminando su cara sufrida y exclamó: ¡Sí señor, y podré estar con todos como siempre, adentro de la cancha! Y soltándose de los brazos de Vernazza y Copello, Cachito con sus piernas dobladas en gancho de nacimiento, por las que tuvo que abandonar la escuela, fue abrazando a todos sus amigos uno por uno. Estos, del drama, pasaron a una alegría incontenible, y como a pesar de todo había que celebrar, la tarde se hizo noche mirando de reojo un picado inolvidable

Tal vez, esto no sucedió nunca, ni siquiera ese entrevero de despedida que jugaron en el baldío cercano a la Chancleta con el rengo de arquero. El arco armado con dos tarros de conserva llenos de tierra, al que Cachito atajando como sabía, mago de las piruetas, le bajó la cortina manteniéndolo invicto en su adiós como número uno del cuadrito del barrio. Una foto de aquellos años lo recuerda mostrando orgulloso el botiquín de auxilio posando junto al equipo que no pudo integrar. Sportivo del Norte bautizaron al club, el que comenzó a nacer aquél día cuando a él casi lo hería de muerte una pena inconmensurable.
(José López )

A la derecha de la fotografía, oculto por el botiquín, el personaje real de este relato que me permití recrear desde mi corazón. (el autor)

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